A los héroes jamás se los olvida

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En el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas, la periodista Benita Cuellar escribe un texto-homenaje a los héroes de ese conflicto bélico que comenzó el 2 de abril y culminó el 14 de junio de 1982. 

Foto: Cedoc.

A los héroes jamás se los olvida

Junio de 1982. Duele. El pecho estrujado de tanta angustia. Marchito, como las  hojas que lastimó el viento.

Nadie hablaba. Ni se escuchaba el altavoz, un aparato latoso de color rojo, del verdulero que pasaba cada semana. Nadie salía. Para qué.

El lamento recorría las viviendas y se expandía como una nube sombría a todo el pueblo.

Cómo olvidarlo. Dejamos de cantar la marcha. Dejamos de alentar y de sonreír estúpidamente ante las voces de la radio, ante las tapas de los diarios y revistas.

Dejamos de llevar chocolates. Dejamos de escribir cartas. Dejamos de dibujar banderas y soldados. Dejamos de colorear el mapa de las Malvinas.

No dimensionábamos lo que pasaba. Cómo saberlo. La infancia es inocencia, una pelea entre malos y buenos.

Después comprendí que la guerra es muerte. Que los sueños se truncan justo cuando empieza a florecer la vida.

Que el hambre es un enemigo sin fusil. Que la espera es larga y que tu amigo puede caer a tu lado. Porque la muerte no distingue edad ni amistad.

Que la trinchera que cavaste se convertirá en tumba. Que el miedo paraliza y el valor te mantiene en combate.

Que el llanto aflora cuando mirás la foto descolorida de fu familia. Y agarrás el rosario y lo desgranás porque la noche es cruel y el fragor de la contienda es intenso.

Que el viento te dará bofetadas a cada rato. Y los misiles y balas caerán a tu alrededor como fuegos de artificios.

Mayo de 1982. Escuchás otras voces de una lengua que no conocés. Es el enemigo. El que nunca pensaste enfrentar. Cómo saberlo. Estas ahí luchando en una guerra a la que te enviaron muy joven.

Junto a tus compañeros defendés ese lugar que considerás tuyo. Aunque nunca viste ese mar, ni ese paisaje.

Tampoco sabés nada de tu familia. Está tan lejos. Saliste del monte para cumplir con la patria.

Tu cuerpo está débil pero tu coraje puede más. Sabés que tenés que resistir.

Pensás que podés morir. Una tumba en medio de esa estepa seca y desolada dirá “Soldado argentino solo conocido por Dios”. O quizás pasen años y al fin se haga justicia, y se sepa quién fuiste.

Tus pies no dan más.  Tenés que seguir. Lo sabés. La noche y el enemigo son letales. Los gritos de dolor y auxilio no dan tregua.

Sentís arder tu lánguido cuerpo y el dolor es insoportable. Tu sangre baña la turba.

Tu respiración se entrecorta. Mirás el cielo. Pero está muy oscuro. Estirás la mano y ves a tus padres que vienen a buscarte. Te levantan en brazos como cuando eras pequeño y volvés a sonreír.

Después, el silencio. Te quedaste ahí. Sin comprender esta guerra absurda.

Cuando las balas hayan acallado, tus compañeros regresarán a combatir otra guerra: El olvido.

Junio de 1982. Todo es tristeza. El patio dejó de ser un lugar de juegos. Y los hombres y mujeres parecen espectros.

Duele. Duele mirar esos ojos convertidos en aguaceros.

La casa de Don Cardozo será un santuario. La foto del hijo vestido de soldado, por siempre joven, iluminará los rincones.

Será su orgullo y la del pueblo. Porque a los héroes jamás se los olvida.

 

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